No había ninguna razón para creer que este marido iba a ser mejor que los anteriores, pensaba Marta mientras fregaba escrupulosamente los platos en los cuales había servido a Raúl su última cena.
Se sentía feliz. “El negro te sienta fenomenal, realza tu figura, y, cuando rematas el conjunto con las perlas que te dejó la abuela, consigues tener ese aire etéreo y elegante que te hace irresistible”, se oía en el altavoz de sus pensamientos.
Como las veces anteriores, Marta estaba segura de haber hecho un buen trabajo.